miércoles, 9 de abril de 2014

¿”ESTAFA” O CRISIS TERMINAL DEL CAPITALISMO?

Desde estas hojas venimos denunciando que la mayor parte de las organizaciones, partidos, sindicatos y movimientos sociales del campo popular, frente a la situación de emergencia que estamos viviendo, no proponen otra salida en la práctica que la “democracia”. 

Desde el 15M a Izquierda Unida, de CGT a Podemos, de las distintas “mareas” al Frente Cívico-Somos Mayoría, sin olvidar a las burocracias de CCOO y UGT (ni a los supuestos “revolucionarios” de Izquierda Anticapitalista y En Lucha), todos hablan el mismo lenguaje: “empoderar” a la ciudadanía para recuperar la soberanía popular, refundar la democracia, iniciar un proceso constituyente, etc, etc.

Esto es así porque, implícitamente todos consideran que lo que está en cuestión no es el mismo sistema capitalista. Todo lo contrario, para la inmensa mayoría de las organizaciones obreras, populares y de “izquierda”, lo que estamos sufriendo es el resultado de maniobras extraeconómicas, de malas políticas de sectores oligárquicos, los banqueros, “el 1 %”, los especuladores, los políticos corruptos, etc. Por eso, cuando los gobiernos justifican sus medidas antiobreras y antipopulares como exigencias de la crisis, ellos responden que es falso, que no es una crisis, que es una “estafa”.
Y los economistas de guardia del movimiento, Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón lo ratifican: si se pusieran en práctica medidas keynesianas de recuperación de la demanda, del estilo de mayores salarios y no recortar subsidios de paro, jubilaciones, etc, no sólo se recuperaría nivel de vida, sino que la economía se reactivaría en beneficio de la mayoría (incluyendo la mayoría de capitalistas) mientras que sólo saldrían perdiendo la minoría de especuladores, banqueros y corruptos.
Rajoy dice que la situación económica le impone las medidas, independientemente de lo que él quisiera hacer. Tiene razón en que no hay ninguna “estafa”, el capitalismo está en crisis de verdad, y no una cualquiera, sino la segunda más profunda de su historia. Y es cierto que no hay que apretarle mucho para que aplique una política que es la suya. Es un defensor nato del capital. Pero, echemosle imaginación, pongamos que se le echara cuenta a los 15M, IU, CGT, Podemos, etc y aumentara el gasto público, los impuestos a los ricos, etc, es decir, una política keynesiana. A esto, la burguesía respondería con huelga de inversiones, fuga de capitales y cierres patronales masivos. Es decir una situación de la que no se podría salir salvo cediendo a las presiones del capital... o aplastándolo mediante la expropiación general. No hay más que dos opciones posibles, neoliberalismo o anticapitalismo, cualquier “tercera vía” no sólo es reformista, es utópica.
Es que ante esta crisis no hay más que dos salidas: o la salida capitalista, que se resume en mayor explotación para recuperar la acumulación de capital, o la salida socialista que implica acabar con el capitalismo, con la propiedad privada. Una salida beneficiosa para los trabajadores pero que mantenga al capitalismo, como la propuesta por Navarro, Torres y Garzón, es imposible.

Qué está pasando
La crisis financiera que se desencadenó en los EEUU en 2007-8 a raiz del hundimiento de los títulos ligados a las hipotecas subprime no tenía en sí misma nada de especial. Se enmarcaba en la serie de burbujas financieras que fueron explotando sucesivamente desde 1987 (el mayor crack de la bolsa de la historia): efecto tequila (1994), crisis financiera asiática (1997), default de Rusia (1998),default de Argentina (2001), debacle de las “punto com” (2001)... Pero la crisis de las hipotecas subprime estuvo a punto de arrojar a la economía capitalista mundial a la depresión más profunda desde 1929. Si no lo hizo fue porque todos los gobiernos del mundo, empezando por el propio gobierno “neoliberal” de EEUU encabezado por Bush, llevaron a cabo la mayor operación de salvamento que haya visto el capitalismo en su historia. Todos los países capitalistas importantes inyectaron cifras fantásticas en sus sistemas bancarios con el objetivo de hacer un cortafuegos, parar las bancarrotas y evitar la depresión. En EEUU, tras el susto de dejar quebrar a Lehman Brothers, Bush hizo el plan TARP en 2008. En España Zapatero inyectó millones a los bancos en 2011 mediante el FROB (y en 2012, con Rajoy, hubo un rescate a la banca desde la UE).
Las consecuencias se siguen arrastrando 7 años después. Las crisis de la deuda y del euro en gran parte han sido causadas por este gasto monstruoso. Las pérdidas de la banca se socializaron para impedir la bancarrota general, pero eso condujo a que todos los estados acaben profundamente endeudados y tengan que recurrir a recortes masivos de sus presupuestos para recuperarse. Esto es verdad en España, Grecia, Portugal, pero también en Francia y EEUU.
En el imaginario popular, la crisis empieza justo aquí, cuando se recortan los servicios sociales públicos. “Recortes” se ha convertido en un sobrenombre popular de la crisis. La oleada de cierres y despidos desde 2008 cuya causa inmediata fue la falta de crédito, que afectaron y afectan principalmente a la mano de obra industrial, han pasado más desapercibida socialmente hasta que su efecto en el aumento del desempleo ha sido apabullante. Aunque son un factor fundamental en el exacerbado crecimiento de la pobreza, los cierres no han desatado una oleada de luchas obreras. El miedo al despido ha prevalecido. Las burocracias sindicales de CCOO y UGT lejos de combatir este miedo lo han apuntalado con su actitud de “aceptar lo inevitable y sacar lo que se pueda”, firmando los ERE´s, llevando a los trabajadores a luchar por mayores indemnizaciones en lugar de contra los despidos y cierres, cobrando suculentas comisiones por ello y, cuando la presión era alta, convocando huelgas generales que la liberan sin llegar a parar las medidas por falta de continuidad.
El discurso mayoritario entre los activistas comienza aquí. El estado justifica los recortes con la “crisis” pero se gastó el dinero regalándoselo a los bancos en vez de rescatar a las personas. Cierto. El problema es que ahora hay que explicar porqué el estado dio dinero a los bancos. La mayoría lo explica por la corrupción, por la necesidad de pagar favores, etc. Parece algo muy radical, pero en realidad es un embellecimiento del capitalismo, porque esto equivale a negar la crisis mortal en la que éste se haya sumido. Es que no reconocer la profundidad de la crisis equivale a pensar que el capitalismo es un modo de producción sano y sólido, que ha funcionado mal debido al carácter corrupto y “malvado” de los que se encuentran a su frente, pero que como modo de producción aún tiene un gran futuro por delante.

Capitalismo y crisis
Las crisis económicas no son hechos “externos” al capitalismo, sino parte del mecanismo de su funcionamiento. Los modos de producción anteriores no conocían otra crisis que la de subsistencias, producida por una mala cosecha, catástrofe natural o guerra. En esas crisis esclavistas o feudales faltaba de todo. El nuevo tipo de crisis, la crisis de sobreproducción, en la que se producen despidos masivos pero no falta de nada, hay de todo pero en los almacenes pero nadie tienen dinero para comprarlo, es característica exclusiva del capitalismo. Asombró mucho a principios del siglo XIX, aunque ahora estemos tan acostumbrados a ellas.
Conforme el capitalismo se iba extendiendo a más países y al mundo entero, fue quedando claro que las crisis cíclicas eran un producto de su funcionamiento y no de factores externos. Exactamente cómo se relacionaban las crisis con dicho funcionamiento era motivo de polémica, entre los economistas y también en el movimiento obrero.
La polémica se debía a que las principales variables que definen al capitalismo, el valor, la tasa de plusvalor, la composición orgánica del capital, etc, no son visibles directamente, no aparecen en las estadísticas. En su lugar vemos precios, salarios, tasas de interés, etc. Era necesario ver a través de estas apariencias para descubir el mecanismo interno; eso fue lo que Marx hizo en “El capital” y en los “Grundrisse”. Su conclusión fue que conforme avanza la acumulación del capital, conforme el capitalista extrae beneficios que no son más que plusvalor, trabajo no pagado de sus trabajadores, y los reinvierte convirtiéndolos en capital nuevo, va aumentando la productividad del trabajo, es decir, va produciendo más productos con menos trabajo directo. Pero esto es lo mismo que decir que el mismo número de trabajadores, trabajando las mismas horas, movilizan más trabajo muerto, más maquinaria, materias primas, etc, por unidad de producto. Desde luego, el aumento de productividad abarata también estos elementos del capital. Pero es una carrera que no pueden ganar. Como lo que interesa al inversor es la tasa de beneficio, es decir, cuánto va a ganar invirtiendo un monto determinado de capital, y como de ese monto la parte que se gasta en trabajo (salarios) es continuamente menor porque hay proporcionalmente menos trabajo y más maquinaria, etc, y como la fuente de beneficio es sólo el trabajo vivo, habrá un momento en que la tasa de beneficio bajará. Sin esperar a que baje efectivamente, sólo la espectativa de su descenso detiene las inversiones, que es el fenómeno que está en la raíz del comienzo de la crisis. Así, para Marx, la crisis no se debe a factores de mercado, a que los salarios sean demasiado altos ni a que sean demasiado bajos. La crisis aparece como resultado necesario del mismo proceso de acumulación de capital, que pone en funcionamiento toda la capacidad productiva del trabajo combinado y la tecnología pero luego pretende medir sus resultados con la ridícula vara de la rentabilidad.
Planteado el problema obtenemos la solución. La tasa de beneficio se obtiene dividiendo el beneficio total por el capital total invertido para obtenerlo. Para aumentarla hay que aumentar el numerador y reducir el denominador. Si el problema es que el trabajo disponible, a la tasa de explotación corriente, no puede producir trabajo no pagado suficiente para hacer rentable la cantidad de capital que tenemos, la solución es actuar por los dos lados de la fracción. Desde el lado del trabajo, hay que exprimirlo más, deben trabajar más horas por menos para producir plusvalor suficiente. Y desde el lado del capital, hay que abaratar la materia prima (apretar las tuercas a los países dependientes) y eliminar capital no productivo (cierres, bancarrota de ramas enteras de la economía). Todas las políticas de los gobiernos de la UE, de EEUU, de Japón, etc, se resumen en esta sencilla fórmula.

No es una crisis más, es una crisis histórica
Lo anterior es un planteamiento abstracto. Es el punto de partida necesario pero insuficiente para comprender las situaciones concretas. En el siglo XIX las crisis económicas en Inglaterra, por ejemplo, solían conducir a bancarrotas y cierres que arrojaban al paro y la miseria pero eran suficientes para reanudar la acumulación (“salir de la crisis”) de forma relativamente rápida. El capitalismo era aún joven.
Pero conforme vamos entrando en el siglo XX, en los países capitalistas más avanzados, la cantidad de capital, la razón capital por obrero, es tan alta, que incluso tras recuperarse de una crisis con algunos despidos, bajadas de salarios y alguna bancarrota, en poco tiempo el sistema se encuentra al borde de la sobreacumulación de nuevo. El peligro de crisis se va haciendo crónico no por la pobreza sino por lo contrario. El capitalismo ha aumentado tanto la riqueza, la productividad social, que no puede mantenerla dentro del caparazón de la propiedad privada. Sería posible que todos disfrutasen de esa riqueza mediante la reducción radical de la jornada laboral, pero eso no es posible más que en el marco de la propiedad social. En el marco capitalista, con propiedad privada, reducir la jornada sería aún peor, sería disminuir el beneficio cuando lo que necesitan es lo contrario, no para avanzar sino siquiera para seguir como estaban.
La primera gran crisis mundial fue la de 1873, pero se salió de ella mediante la expansión colonial imperialista. Esto no fue más que un expediente temporal y acabó estallando, hace ahora 100 años, la Primera Guerra Mundal (1914-8). Y ni ella fue suficiente.
Tras la breve recuperación de los “felices años 20”, en 1929 estalló la crisis más profunda de la historia del capitalismo. En un año el producto industrial bruto de los Estados Unidos cayó a la mitad, cuando hoy una caída del 1% causa desastres. Esta crisis tensó los antagonismos hasta el máximo, se extendieron el fascismo por un lado y la revolución proletaria por el otro. Tanto los países fascistas como los Estados Unidos de Rooselvelt intentaron resolver la crisis capitalista con más intervención estatal, el remedio que Keynes popularizó. Esto ha dado lugar a la ilusión óptica de que estos medios resolvieron la crisis. Es falso. Lo que permitió al capitalismo recuperar la acumulación en los años 1950 (desde 1940 en los EEUU) fue la destrucción masiva causada por la IIª Guerra Mundial.
En una bancarrota “normal” se destruye capital porque sus elementos físicos pierden su valor; la máquinas y talleres se convierten en chatarra o se malvenden, pero siguen existiendo. En una guerra tan destructora como la 2ª Guerra Mundial el capital se destruyó físicamente a escala masiva. Eso por lo que respecta al denominador. En cuanto al numerador, el fascismo, el racionamiento de guerra, etc, abarataron enormemente la fuerza de trabajo y por lo tanto proporcionaron el trabajo no pagado, el plusvalor necesario para valorizar el capital restante.
Así que el boom de posguerra, los “treinta gloriosos”, el período de mayor crecimiento del capitalismo en su historia, el período de la “opulencia” en los países imperialistas que vieron el establecimiento del “estado del bienestar”, precisamente el período histórico cuando en los principales países capitalistas del mundo (no en España, que languidecía bajo el franquismo) desaparecía el paro, los salarios eran altos, había gran protección social y se hablaba del “fin de las contradicciones”, la “sociedad de la abundancia” y que “la clase trabajadora se ha aburguesado, se ha integrado en el sistema”, todo esto tuvo como premisa la mayor matanza de la historia, con millones de muertos, bombardeos vesánicos de la población civil, Auschwitz e Hiroshima. Y el Boom se produjo teniendo como telón de fondo la “guerra fría”, la carrrera de armamentos y la amenaza permanente de destrucción nuclear.
Como no podía ser de otra manera, la prosperidad de los años 1950´s y 1960´s acabó conduciendo a la crisis. El mismo mecanismo que antes bosquejamos marcó un alto a la acumulación. Aunque la fecha simbólica sea la de 1973,la de la crisis del petróleo, en realidad el crecimiento ya iba perdiendo velocidad. Tras alguna vacilación, el conjunto de la clase dominante cambió bruscamente de política. Durante los años 40 las políticas keynesianas fueron adoptadas en todos los países imperialistas por todas las fuerzas políticas burguesas, tanto de “derecha” como de “izquierda”. No sólo eran ideológicamente útiles, permitiendo conquistas sociales para los trabajadores que servían para que no buscasen modelo en la URSS o en los demás estados obreros deformados que entonces proliferaron en Europa del Este y Oriente. También eran funcionales para el capital, abaratando insumos mediante la nacionalización de la electricidad, etc. Por eso el “estado del bienestar” fue montado en Gran Bretaña por la “izquierda” laborista pero en Francia por la derecha Gaullista y en Alemania por la derecha cristiano demócrata. Por eso todavía en 1971 el presidente norteamericano Nixon (republicano de derechas) pudo decir “hoy día todos somos Keynesianos”. Los buenos resultados económicos ocultaban que los altos beneficios no eran tanto un resultado como una premisa de estas políticas.
Sin embargo, a la altura de los años 70, con diferencias entre países pero como fenómeno general, la economía capitalista mundial se encontraba de nuevo sobrecapitalizada, pero a una escala inimaginable en 1929. Estalló lo que los economistas burgueses llamaron “crisis de oferta”. A los capitalistas les parecía que todos los insumos, máquinas, materias primas y sobre todo, salarios, eran demasiado caros. Si intentaban obtener los mismos beneficios que antes, se desataba la inflación. Era necesario reducir los costes: bajar salarios, recortar conquistas sociales, recortar el presupuesto del estado, devolver sectores rentables al capital privado y cerrar los no rentables; en una palabra, la burguesía mundial pasó del keynesianismo al “neoliberalismo”. Fue un cambio brutal. Todos los partidos defensores del capitalismo, incluyendo los de “izquierda” se hicieron neoliberales.
La historia económica del mundo desde 1973 es la de un impulso cada vez mayor a liquidar todo lo público, a abaratar los salarios, flexibilizar el empleo, acabar con el salario indirecto (educación, salud...) y convertirlo en servicios privados de pago, etc. El acontecimiento más espectacular en este camino fue la restauración del capitalismo en los estados obreros burocratizados, resultado del paso de la burocracia stalinista, que parasitaba la propiedad estatal a hacerse propietaria privada de los medios de producción. Esto fue una verdadera catástrofe, la Rusia de Yeltsin sufrió una caída del PNB al 50% (¡sólo comparable a la de los EEUU en 1929!), industrias completas se redujeron a polvo, pero abrió nuevos campos de inversión al capital. Todo sucedió paralelamente a los “planes de ajuste estructural” que el Fondo Monetario Internacional imponía en América Latina, Africa y Asia. Todo esto dio un respiro al capitalismo. Hubo cierta recuperación en los 80 y 90, (que esta vez sí alcanzó a España) aunque puntuada por crisis.
Pero las recuperaciones han resultado de corto alcance. El fenómeno más llamativo durante las últimas décadas del siglo XX ha sido la enorme expansión del sector financiero. Las transaciones internacionales en monedas y títulos llegaban a ser cientos de veces mayores a las que se daban en mercancías reales. De nuevo, esto es un fenómeno en la superficie, cuya causa debe explicarse. Y la causa es que, aunque la ofensiva antiobrera neoliberal mundial consiguió aumentar los beneficios a costa de la clase trabajadora, este aumento no fue suficiente para sostener una reanudación de la acumulación. Los beneficios se canalizaban hacia la especulación porque no bastaban para volcarse en la producción. Esto no puede significar más que una cosa. El aumento de la explotación y la liquidación de capital deben ser aún mayores. Como dijo el malogrado Jesús Albarracín “tienen que avanzar kilómetros pero sólo han avanzado metros”.
Entonces, la crisis que estalló en 2007 no es un rayo en un cielo sereno. Es una nueva manifestación, cualitativamente más grave, de que el capitalismo mundial sufre de sobreacumulación desde los años 70. En realidad es un recordatorio de que está viviendo de prestado, de que su tiempo se acabó ya. Hubo una época en la que el capitalismo fue progresista: fue cuando elevó enormemente la productividad del trabajo con respecto a los modos de producción anteriores. De ese modo creó la posibilidad objetiva de una sociedad sin clases en la que toda la población disfrutase de los beneficios de la civilización. Pero hace tiempo que ya no es así. No es que el capitalismo esté estancado, que sea incapaz de desarrollo. Nos parece que esa concepción, muy difundida en círculos revolucionarios, ha sido desmentida claramente por los hechos. Nunca en toda su historia el capitalismo pasó por un período de acumulacion más acelerado, de elevación mayor de la productividad del trabajo y por lo tanto de crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad, que durante los “30 años dorados” 1940-70 (en EEUU, para Europa y Japón son 20 años, 1950-70). Es decir, bastante después de que la 1ª Guerra Mundial y la Revolución Rusa anunciaran que su tiempo ya acabó. El problema es que cuanto más se desarrolla el capitalismo, cuanto más se acumula, cuánto más eleva la productividad social, más agrava su problema, más agudiza la tendencia a caer de la tasa de ganancia, más severa será la crisis. Las crisis periódicas del siglo XIX eran destructivas pero rápidas y se reanudaba la acumulación. La crisis del final del siglo XIX duró casi 20 años pero se resolvió con el imperialismo y dio lugar a varias décadas de expansión económica. La crisis del 29 se tuvo que resolver con fascismo y una nueva guerra mundial, la más destructiva de la historia. Esto dio lugar al boom más prolongado de la historia del capitalismo que estamos pagando con la crisis reptante más duradera; en el fondo seguimos arrastrando la crisis de 1973, cada paso en su resolución capitalista ha conducido a burbujas cuyo estallido ha agravado aún más la situación. El balance es claro, el capitalismo es incapaz de domar las fuerzas que ha puesto en movimiento. Crecientemente muestra su capacidad de agotar, de destruir al planeta, hunde en la miseria y el hambre a continentes enteros, quita con una mano en un momento lo que ha tardado décadas en dar con la otra, combina la astronómica elevación de la productividad del trabajo con las jornadas laborales más largas de la historia para la minoría “privilegiada” que consigue un trabajo. Y ni por esas levanta cabeza, necesitaría muchísimo más, más que fascismo, más que una guerra mundial para hacerlo. Necesitaría una destrucción tal para reanudar la acumulación que correría el riesgo de destruir la civilización y arrojarnos a la barbarie.

¿Es inevitable el hundimiento del capitalismo?
El grueso de las fuerzas de izquierda, obreras y populares suelen desechar estos argumentos como “economicistas” y “deterministas”. Dicen, y no les falta razón, “llevamos décadas diciendo que el capitalismo se cae, pero no lo hace”. Cuando se les responde que el capitalismo no se cae solo, que hay que hacerlo caer, responden “entonces, ¿para qué sirve todo el resto del razonamiento? Si hay que tirarlo, para qué toda la palabrería sobre el “capitalismo que se derrumba víctima de sus propias contradicciones?” Veamos.
Que el capitalismo tenga los días contados no significa que vaya a dar paso automáticamente al socialismo. Lo único que significa es que no puede sobrevivir. Rosa Luxemburg lo expresó con un aforismo muy popular: “Socialismo o barbarie”. Pero hay que entenderlo. Lo que hay ahora no es barbarie. La barbarie es a donde nos conduce el capitalismo si no lo sustituimos por el socialismo.
Barbarie” no es otro nombre para un capitalismo muy avanzado, libre de crisis pero, por ejemplo, dictatorial, totalitario. “Barbarie” no es un régimen político fascista pero con capitalismo desarrollado funcionando. No, “barbarie” significa un retroceso enorme, la pérdida de los logros de la civilización no sólo para la mayoría de la población sino seguramente para la totalidad de la sociedad. “Barbarie” significa que como el capitalismo no es capaz de sobrellevar las fuerzas productivas que ha desarrollado, en lugar de superarse a sí mismo lo que hará es destruir esas fuerzas productivas y retrotraer a la sociedad a la Edad Media, si no a la de Piedra.
La lucha por el socialismo es por lo tanto la lucha por la supervivencia de la civilización, día a día más incompatible con el capital. Pero la lucha por el socialismo es una lucha consciente. Es imposible llegar al socialismo “sin querer”. La lucha de la clase trabajadora espontáneamente va en el sentido del socialismo pero no se convierte espontáneamente en lucha socialista. El capitalismo se transformará en barbarie por sí mismo, no como un plan de los capitalistas. Pero no puede convertirse en socialismo si la clase trabajadora no lleva a cabo esta transformación desde el poder. Y esto, que es el contenido de la revolución socialista, es imposible si previamente no se ha librado de las ilusiones ideológicas, incluyendo las “democráticas”, si su conciencia no se ha vuelto socialista. Que la clase trabajadora se eleve al nivel de su misión histórica es por tanto la clave de bóveda de un futuro vivible y por lo tanto el contenido de la actividad de toda fuerza política que se plantee como tarea superar al capitalismo en busca de una sociedad nueva, más justa, mejor.

A modo de conclusión
Para comprender la crisis económica concreta que vivimos en España, no negamos la importancia que tuvo la ley del suelo de Aznar, ni la burbuja inmobiliaria que sufrió este país bajo Aznar-Zapatero y que tenía que estallar tarde o temprano. Tampoco negamos la influencia de la superestructura institucional que representa la existencia del euro y el Banco Central Europeo, sobre economías nacionales totalmente diversas, que produce una rigidez que acaba agravando la crisis. Es imposible analizar la crisis concreta que vive España sin tomar en cuenta estos factores. Pero nos parece que esto está subordinado a comprender la crisis española en el contexto de la crisis del capitalismo mundial desde 2007, que tiene manifestaciones distintas en distintos países pero que es una y la misma. Cuando uno lo hace así, se da cuenta de lo inútiles para salir de la crisis que son programas como “proceso constituyente”, “salida del euro” o “más gasto público, más pensiones y subsidios de desempleo, para reactivar la economía”. Todas estas son reivindicaciones válidas, útiles desde el punto de vista proletario, pero no un programa para salir de la crisis sino para preparar el derrocamiento del capitalismo. El problema no es español ni político, es mundial y sistémico.
¿Cuál es la perspectiva? Inevitablemente, si no ahora, pronto, los recortes se harán sentir. Aunque hayan tenido un efecto inmediato depresor sobre la economía española (como sobre la portuguesa, griega, etc), inevitablemente acabarán por hacerse notar al aumentar la masa de beneficios. Una pequeña “recuperación” de la actividad económica es inevitable, aunque no es de esperar que alivie mucho el problema del paro. Sin embargo, a medio plazo lo más probable es que venga otro envite de la crisis, éste aún peor que el anterior. No sólo volverá a tumbar a los países imperialistas más débiles, los “rescatados” sino que con toda probabilidad se llevará por delante a una potencia imperialista. Francia tiene muchas papeletas para esto. No sólo eso, los llamados BRICK (Brasil, Rusia, India, China, Corea, añadiríamos Méjico y Argentina), que los países capitalistas no imperialistas que están sobrellevando la crisis, podrían ser los próximos en caer. EEUU se ha ido recuperando, pero con muletas, el gasto público de Obama, que tienen los días contados. Es imposible saber por dónde reventará la próxima vez. Pero podemos estar seguro de que sucederá porque, insistimos, los problemas de fondo del capitalismo, que tienen que ver con el aumento de su rentabilidad hasta un nivel que permita reanudar la acumulación, no están resueltos.
Entonces, la perspectiva es que los gobiernos van a profundizar sus ataques. La tarea inmediata va a seguir siendo la de la resistencia contra los recortes y los retrocesos sociales. La clase trabajadora no puede permitir ni más aumento del paro ni más bajadas de salario directo, ni más recortes en sus servicios sociales (salud, educación, etc). Una clase trabajadora reducida a la miseria no puede proponerse nuevas metas. Por eso, la lucha por mantener las conquistas sociales es vital. Pero lejos de ser un programa, este mantenimiento exige una alternativa política y económica general, que las pueda sostener. La existencia del capitalismo va a revelarse día a día incompatible con un nivel de vida de las masas que no sea el de la mera supervivencia fisiológica. Por eso cada vez más, el difundir ilusiones en las masas sobre la posibilidad de mejorar su situación dentro del marco del capitalismo deja de ser un “error reformista” y se convierte en otra forma de apoyar el mantenimiento del sistema. Y por eso también cada vez más es urgente que el movimiento obrero y de masas se rearme con un programa anticapitalista. Esa es la tarea a la que humildemente queremos aportar.
Grupo de Comunistas Internacionalistas, 8 abril 2014

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